Lo que aprendí siendo una adicta al trabajo
El trabajo es nuestro sostén sin duda alguna, necesitamos trabajar para vivir. Pero, existe una línea muy delgada y fácil de cruzar para que el trabajo se convierta en una adicción. Y como cualquier adicción es simplemente difícil darte cuenta cuando estás cayendo en ella, tampoco ves lo grave que puede resultar, ni las consecuencias a corto, mediano o largo plazo que puedes sufrir tanto tú, como las personas a tu alrededor. Lo dice alguien que sufrió por años este tipo de adicción y con seguridad no soy la única persona -ni tampoco seré la última- en padecerla. Les contaré mi experiencia y lo que aprendí siendo una adicta al trabajo.
Cuando se trata de salir adelante en la vida, no piensas mucho en cuanto tiempo y esfuerzo debes invertir trabajando, más bien piensas en cuanto dinero necesitas generar para lograrlo. Puede ser que tengas un trabajo «normal» (de lunes a viernes, de 8 a 5) pero terminas poco a poco dedicándole más de tu energía porque es lo que «se supone que debes hacer». Así empezó mi historia…
Mis inicios
Siempre me gustó trabajar en ventas. Supongo que por ser uno de mis fuertes el trato con la gente y el que siempre me resultó sencillo ganarme la confianza de las personas a mi alrededor, el hecho es que siempre disfruté realmente mi trabajo. Trabajando en ventas además, tuve la oportunidad de conocer muchísimos hermosos lugares dentro y fuera del país, y conocer cientos de personas. Cuando pierdes el equilibrio y te vuelves adicta a algo, no es necesariamente porque ese «algo» sea malo… Lo que aprendí siendo una adicta al trabajo es que, ¡el problema eres tú!
Cómo terminé siendo una adicta al trabajo
Dicen que todo en esta vida se aprende, y yo me convertí en una adicta al trabajo cuando empecé a rodearme de otras adictas igual que yo. Al principio me decía a mí misma: «No me importa trabajar mucho, si el salario lo compensa». Y no negaré que al llegar la quincena olvidaba cuántas horas de sueño y cuantos fines de semana había sacrificado por ese salario. Yo tenía claro a qué hora empezaba a trabajar cada día, pero nunca sabía a qué hora terminaría. Tampoco era consciente de que los sábados y domingos pasaban a ser extensiones de los días viernes y lunes, porque trabajaba sin descanso.
Era normal recibir correos en horas de la madrugada y mensajes o llamadas telefónicas tarde por la noche. Los últimos reportes de ventas se generaban a las 4 de la madrugada y mi cerebro no se desconectaba para permitirme dormir, sino hasta que lograba ver ese último reporte.
Parte de lo que aprendí siendo adicta al trabajo es que tu cerebro no descansa nunca, ni siquiera mientras duermes.
Cuánto me costó esta adicción al trabajo
Recuerdo que algunas de las Gerentes que recibieron conmigo la capacitación renunciaron al poco tiempo pues no lograron «adaptarse al sistema de trabajo», o al menos eso pensaba yo. La realidad es que no eran personas que estuvieran dispuestas a transformarse en adictas al trabajo y probablemente, ¡escaparon a tiempo!
A mi me llevó años darme cuenta del problema en que había caído. Especialmente se vuelve difícil cuando todo el mundo a tu alrededor parece vivir al mismo ritmo y aceptan que esta es la forma en que las cosas deben de ser. Yo vivía rodeada de personas adictas como yo al trabajo. Recuerdo que mis compañeras más allegadas y yo, solíamos hablar por teléfono hasta pasada la medianoche, y obviamente nuestro tema siempre era el mismo: trabajo. Entonces me acostumbré a dormir 4 ó 5 horas cada noche, algunas veces menos de eso. Y los fines de semana, cuando teníamos más volumen de trabajo me la pasada conectada al teléfono y la computadora
Durante los primeros 2 años no tomé ni un sólo día de vacaciones. pues sentía que no podía desligarme de mis obligaciones y que si no obtenía mis resultados no era merecedora de ellas. Después de dos años, empecé a tomar de 2 días, los cuales unía a un fin de semana para «estirarlos un poco», y luego comencé a tomarlas en porciones de 5 días, pero inclusive durante las vacaciones SIEMPRE permanecía trabajando. Mi computadora y mi teléfono de trabajo me acompañaban a todas partes.
Mi salud, mi familia y mi adicción al trabajo
No recuerdo haberme incapacitado nunca, pero recuerdo una ocasión en la que estuve hospitalizada un día por una fuerte infección en los riñones. Cuando el médico se ofreció a ayudarme a gestionar la incapacidad yo le comenté que mi tipo de trabajo no me permitía hacerlo. Él se sorprendió muchísimo y yo en cambio, lo veía como lo más natural del mundo. Lo que aprendí siendo una adicta al trabajo es que, en ese momento, no era capaz de ver la importancia de cuidar de mi salud.
Sacrifiqué muchísimas cosas durante los años que fui adicta al trabajo. Desde horas de descanso hasta tiempo valioso con mi familia, que no podré recuperar nunca más. Sacrifiqué mi salud, al someterme a un nivel de estrés extremadamente peligroso, que incluso me provocaba una terrible urticaria que me llevaba a rascarme inconscientemente, mientras dormía, hasta sangrar. Lo más grave es que esto para mí paso a ser algo natural, pues a mi alrededor, yo no era la única que vivía de esa manera.
Empecé a adoptar los peores hábitos alimenticios del mundo, porque claro, no había tiempo para almorzar en mi agenda de trabajo. Por lo que me acostumbré a comer sólo dos veces por día, y en ocasiones, ¡únicamente una! De repente algunos padecimientos se hicieron comunes para mí: gastritis, colitis y fuertes dolores de cabeza.
Además, llegué el punto en que para planear cualquier actividad familiar todo dependía de mi trabajo, y en mi agenda ya no contaba meses, contaba Cierres de Facturación. Lo que aprendí siendo una adicta al trabajo es que pierdes el concepto de trabajar para vivir y empiezas a vivir para trabajar.
Cómo le puse fin a mi adicción
A pesar de que ya tenía algún tiempo valorando mi renuncia, lo que realmente me dio el último empujón para hacerlo no fue precisamente el reconocer la adicción que estaba padeciendo, porque creo que nunca me di cuenta de lo grave de ello, sino hasta que renuncié. Para ese tiempo tuve que someterme a un tratamiento médico importante, y cómo nunca contemplé el incapacitarme, le comuniqué a mi superior que por recomendación médica debía permanecer en la casa en reposo, pero que me mantendría trabajando de igual manera y de esa forma, mis responsabilidades no se verían afectadas.
Al día de hoy no recuerdo haber recibido una sola llamada de ella para preguntarme cómo me sentía o si necesitaba apoyo de algún tipo. Lo que si recuerdo es me dijo que, a futuro, tratara de «agendar» mis tratamientos para fechas que no se vieran afectadas por mis resultados. Esto abrió mis ojos al pensar que en “ese futuro» mi trabajo no me permitiría encargarme de los problemas de salud que gracias a él iría adquiriendo.
Así finalmente decidí que esto era lo último que estaba dispuesta a soportar. Después de años sacrificando tanto, lo que realmente me empujó a salir de mi adicción al trabajo fue el trato inhumano de alguien para quien claramente yo no era importante como persona, y quien tenía la idea de que yo debía «programar» mis padecimientos de tal manera que ni mis resultados, ni los de ella se vieran afectados.
Qué aprendí siendo una adicta al trabajo
Entonces decidí que era momento de poner un «hasta aquí» y colocar mi vida y mi familia como una prioridad, ya que claramente nadie lo iba a hacer por mí. Nadie valoraría nunca el esfuerzo y el sacrificio que ya me estaban pasado la factura, por ser adicta al trabajo.
Aprendí que lo único que puedes obtener del trabajo finalmente es remuneración económica, y que trabajando desmedidamente el precio a pagar no lo cubriría ni con todos mis salarios juntos. Sí, se pueden alcanzar muchas metas y satisfacciones personales a través de tu desempeño profesional, pero perder el equilibrio de la manera en que yo lo hice, jamás valdría la pena. Te das cuenta entonces que al final de tu vida lo único que necesitarás no lo puedes comprar con dinero ni con tus logros profesionales. ¡Porque el tiempo no se puede comprar a ningún precio!
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